*(El siguiente texto lo publiqué hace años en una revista y durante mucho tiempo fue algo así como mi carta de presentación. Después, me olvidé de él, pero ahora sentí ganas de postearlo.)
Me sucede en mañanas como ésta, una mañana de las últimas de marzo con sol y sin calor sobre la calle. Sucede que despierto de otro modo, enamorado de la vaguedad y del arbitrio azaroso con que acontecen los hechos, los íntimos avatares de las cosas. No sé. Es un deseo, una necesidad de andar liviano, de buscar ropa vieja en el placard, ropa que ya no uso pero que en otro tiempo usaba demasiado, tomarme luego unos quince o veinte mates y aparecer por fin en la ciudad, salir a Buenos Aires a buscar los símbolos y vestigios de una edad que ya no puede, no, ser mía de nuevo. Infancia. Salir a buscar infancia. Necesito ir en busca de mi infancia en las mañanas claras como ésta.
Sé dónde puede estar, aunque no puedo saber a ciencia cierta que en efecto va a estar ahí.
Puede estar, si la busco, en plaza Almagro, la plaza donde a los once o doce años (recuerdo que entonces iba a sexto grado) yo entraba como a un refugio luego de haberme rateado del colegio. No sé por qué lo hacía. Sólo sé que a partir de una mañana lo hice, evité ir al colegio y caminé, metido en ese blazer caluroso que mi madre meticulosamente expurgaba de pelos y pelusas, al azar por las calles de mi barrio y de modo natural fui a dar ahí, por Salguero llegué a la plaza Almagro y pisé sus diagonales y su césped, la recorrí despacio hasta aburrirme y terminé sentado en una hamaca, sumergido en un leve balanceo, sin comprender muy bien por qué era que había hecho eso, por qué había faltado a clases, pero sabiendo desde el mundo de mi alma que estaba bien así, que lo necesitaba, que precisaba hacer algo diferente y que era ésa, sí, la diferencia: ir a la plaza Almagro, al arenero de la plaza Almagro, a sentarme indolente en una hamaca, en su vaivén apenas perceptible y a contemplar el vértigo de autos que, sobre Perón y Bulnes, calles como otras tantas de mi barrio, bullían otorgando movimiento al paisaje de aquellas, mis mañanas. Ése, sí, fue mi reino durante algunos días.
Durante varios días acudí en las mañanas a la plaza Almagro, cargando con mi mochila y con mi culpa pero olvidándome de ellas a la hora de sentarme y ver los autos; fue allí, supongo, sentado en esa hamaca en movimiento en mitad del arenero aún desierto pues era muy temprano todavía para que comenzaran a inundarlo las risas y las voces de otros chicos, fue en ese sitio tal vez donde nació el poema, donde me sumergí dentro de mí por vez primera y escuché la canción, su dulce música, la endemoniadamente tentadora música que hacía que faltara, que evitara ir al mundo del colegio para permanecer dentro de mí.
Esas mañanas fueron, en conjunto, la primera ocasión en la que interrumpí la vida para empezar a estar en ella de otro modo, sumido en el vaivén de aquella hamaca, enamorado de la vaguedad, del arbitrio azaroso de los hechos, los íntimos avatares de las cosas...
Voy en busca de mí. salgo a la calle.
jueves, octubre 04, 2007
LA BÚSQUEDA*
Por Pedro Kuy en 12:39:00 p. m.
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8 comentarios:
GUAU!
Me hiciste caer en la cuenta de que nunca, nunca me ratié de la escuela.
Pero, si de estar sin estar se trata, si lo hice.
la secudnaria la cursé en el Nomal de Barracas, escuela que tiene ventanales al terraplén del Roca. He pasado mañana esteras mirando pasar los trenes. Por aquellos años me conocía el horario de los trenes de larga distancia, y los esperaba ver pasar para escaparme hacia ese sur que enunciaban los carteles laterales de los vagones. Tuve suerte de cursar la mayoría de los años de ese lado (del otro, los ventanales quedan a la espalda del salón, y dan a los pasajes) y poder ver pasar y "escaparme en esos trenes.
Adentro del aula, a mi alrededor, pasaba una cosa. Pero en mí, pasaba otra que no era ni la Historia, ni la Geografía, ni la Matemática, ni nada de esa Realidad verdadera. Todo ocurría en Mi Realidad.
Y, a pesar que pasaron muchísimos años desde aquellos años, Mi Realidad sigue existiendo, sigue escapándose en cada tren que veo pasar, sigue inventando historias que no pueden separase de lo que realmente ocurre, pero que les cambia el remate...
Gracias por hacerme acordar de aquellos años.
salir a buscar infancia, y si ya se fue, si se fue con otro, si se olvido y no nos reconoce?
paloma, creo que el secreto mejor guardado es paloma, seguro que ella sabe, sabe como llamarla y capaz que la infancia le hace caso. uno en ellos, por ellos, para ellos vuelve, inventa, fabrica, recuerda.
un abrazo muy grande, hoy estoy asi como toda buena.
Anais, en principio, me gustó eso de "si de estar sin estar se trata".
(No olvidemos que alguien dijo: Yo es otro.)
Me gustó que miraras los trenes, el terraplén, a través de los ventanales del colegio.
Precioso, lo demás.
Ynsv: Usted menciona a Paloma y Paloma lo es todo para mí.
EStoy de acuerdo con Usted
y está bien que esté como toda buena.
Hola otra vez, Pedro!
Y si, Mi Realidad sigue escapándose en los trenes, y en el mismo lugar... Hace un rato, mientras volvía de Palermo, del ensayo de mi querida Atrevidos por Costumbre, se me ocurrió llamar a Mi Realidad Deseable por teléfono. Y, en el instante en que el 95 en el que yo venía se detenía en el semáforo de Carrillo y Suarez, o sea, a la altura de mi querido Normal de Barracas, un tren pasó por el terraplén y tocó bocina. El Capitán Mayúscula, desde el toro lado de la línea lo escuchó y me preguntó "¿Qué onda? ¿Eso es un tren?" El mismo puente, el mismo tren, la misma "interrupción de la vida para esta en ella de otro modo".
Nada, quería contártelo, porque vos, a través de tu entrada, me llevaste a esos trenes...
Desde la madrugada neblinosa, cuando está empezando a llover,
anais i (o La Chica del Angel)
Sí, está empezando a llover. Es cierto.
Por acá no hay ningun tren que toque su bocina, pero lo oigo a través de tus palabras.
¿Cuál era esa revista? ¿Será que lo leí allí? ¿O es que tus palabras me transportaron a otro lugar?
No me escapa del colegio. Me escapa del aula, me escondía atrás de unas esteras amontonadas en una salita, me pasaba la tarde ahí.
Caracol: la revista se llamaba (se seguirá llamando?) Abrí. Y si algún ejemplar cayó en tus manos, el azar tiene que haber intervenido, y mucho.
Era una revista de distribución gratuita. Yo llevaba en el bolso siempre diez o doce ejemplares y cuando conocía a alguien que me parecía interesante, le regalaba uno.
M-e-e-n-c-a-n-t-a-q-u-e-p-a-s-e-s-p-o-r-a-c-á-C-a-r-a-c-o-l.
Pablo: muy bueno eso que contás, el escondite tras las esteras amontonadas. Si no lo hiciste aún, tendrías que desarrollarlo en un relato.
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