viernes, noviembre 28, 2008

"La inocencia es ignorancia. En la inocencia no está el hombre determinado como espíritu, sino sólo anímicamente determinado en unidad inmediata con su naturalidad. El espíritu está entonces en el hombre como soñando. Esta concepción concuerda perfectamente con la de la Biblia, la cual, al negarle al hombre en el estado de inocencia el conocimiento de la diferencia entre el bien y el mal, condena todas las meritorias fantasías católicas.
En ese estado hay paz y reposo, pero también hay otra cosa, por más que ésta no sea guerra ni combate, pues sin duda que no hay nada contra qué luchar. ¿Qué es entonces lo que hay? Precisamente eso: ¡nada! Y ¿qué efectos tiene la nada? La nada engendra la angustia. Éste es el profundo misterio de la inocencia, que ella sea al mismo tiempo la angustia. El espíritu, soñando, proyecta su propia realidad, pero esta realidad es nada, y esta nada está viendo constantemente en torno suyo a la inocencia."


Kierkegaard El Concepto de Angustia

martes, noviembre 18, 2008

Monty Python

A partir del momento en el que me crucé con un video de ellos en un blog, ahora cada vez que la realidad de la calle me reduce, mientras recorro, por ejemplo, el microcentro, a un puñado de inercia que camina mirando sin mirar a los demás, entro en un cyber, pido una máquina, entro en Youtube y escribo Monty Python.
Y aparecen secuencias como ésta.






Y pienso: si el camino para llegar ahí, adonde hay que llegar, no es el humor, entonces, cuál es?

martes, noviembre 11, 2008

A veces necesito
desentrañarme
y desembarazarme
para obligarme a ver
lo que no fui.

La soledad tiene un silencio entonces
en el que nacen pasos de sonidos
que no di.

Pero qué lindo es ese que camina
por una calle al sol entre el gentío
(va de su mano una mujer
menuda, qué linda es la mujer),
desaparece,
se apelotona, se enmaraña, cede
en cuanto lo pretendo descubrir.

Quién sabe qué canción irá soñando
o qué estará cantando
ya sin mí.

sábado, octubre 25, 2008

No escribo más. Al menos, no para que alguien lea lo que escribo. Porque, desde hace mucho, todo aquello que escribo me da asco. Y, a pesar de ese dato, que para mí no es insignificante, la escritura, de un modo indefinible, continúa salvándome la vida.

domingo, septiembre 21, 2008

HEMINGWAY

Algunas de estas mañanas
que me toca vivir, en la inocencia
que despiden mis hábitos, mis libros,
la larga hora de tren que me separa
del abrazo en la casa de mi hija,
camino hasta una plaza, algunas cuadras,
ataviado con ropa deportiva
y corro media hora, un poco más
en torno de la plaza. Es infinita
la despreocupación que eso me da.

Una de las veredas de la plaza
es la casa (allí vive) un hombre solo
que se parece a Hemingway, al último
Hemingway: tiene barba y está gordo.
Básicamente el hombre se dedica
a leer, a interpretar el Evangelio,
"La palabra de Dios", así lo llama.

Si uno pasa a su lado puede oírlo:
cualquier transeúnte a veces se detiene
y Hemingway, exégeta, se enciende.
Pero, también, si nadie lo acompaña,
si uno pasa a su lado puede oírlo
hablándoles de Job a los fantasmas.

miércoles, septiembre 17, 2008

CID





Es raro, ahora, laburar de noche. Mi horario de entrada es a las tres de la mañana.(Neruda decía no entender por qué se dice "a las tres de la mañana" y no a las tres de la noche, cuando estamos hablando de la noche.) Me desempeño como operador telefónico nocturno en una empresa de seguros que recibe llamados de clientes españoles. Es decir, soy un pinche telemarketer, pero no vendo nada, sino que atiendo llamados y esta noche que pasó, una mujer me dijo "majo" y sonreí y tengo interesantes compañeros y más que nada lo que hago es tomar mate porque sólo entra un llamado cada tanto y pasamos el tiempo conversando, mirándonos las caras, divagando. En fin. Yo no quería hablar de eso sino de la película que fui a ver anoche y que no me gustó pero que despertó en mí una duda que acaso, estirando el concepto de la estética que uno quizá, a fuerza de mirar, puede tener, pertenece al orden de lo estético. Tal vez. Quién sabe. En todo caso fui a ver Motivos para no enamorarse intuyendo en el título una magia promisoria que luego el desarrollo de la trama transformó en un fracaso más en mi lista ostensible de fracasos que tuvieron su origen en la magia, o, más acá de la magia, en la ilusión.
Celeste Cid. Se trata de ella. Qué mujer, Dios mío. Imposible evitar un comentario de esta índole a la hora de hablar de ella. Su belleza genuina, su salud, unas piernas equinas, exquisitas, que casi en el final de la película se entregan a la danza con música de tango. En fin. Se trata de ella.
Ocurrió que, a partir de los primeros fotogramas, la sombra de una sorda decepción bajó de la pantalla, se hizo aire, se apoderó de la ilusión, de mí. Y supe que iba a estar sentado ahí, como un imbécil sórdido entre imbéciles, y oyendo (eso acentuaba mi pesar) las risas de la gente que espectaba y soltaba pequeños comentarios que hablaban de la virtud de las imágenes. Y no. No. Pero algo sucedía, mientras tanto.
Mientras tanto sucedía Celeste Cid. Yo ya no estaba viendo la película. Me estaba dedicando a verla a ella. Era un placer que no suplía el mal trago, pero notablemente lo atenuaba.
No tengo ganas de escribir, ahora; estoy cansado, ayer dormí muy poco. Y vengo de laburar toda la noche. La mitad de la noche, en realidad. Pero supongo que si tuviera ganas de escribir intentaría escribir sobre ese tópico: sobre Celeste Cid, sobre el hecho estético que ella, como imagen, significa.
Hoy me crucé en el Subte con el Dr. Tuga. Le referí vagamente esto que acabo de escribir. Y él en una palabra me arrojó una opinión categórica, prístina, concisa:
-Pajero -sentenció-. Sos un pajero.
Afortunadamente para mí, el dr. Tuga me tiene sin cuidado. Celeste Cid, que quede claro, no.

lunes, septiembre 08, 2008

UN LUNES A LAS SIETE DE LA TARDE

El marco referencial es la presentación de un libro póstumo de Joaquín Giannuzzi.
Llego temprano. Doy vueltas en el hall de la Casa de la Lectura (casa que yo personalmente desconocía). Me atiende en el mostrador una mujer amable. Me dice que escriba mi mail en una lista. Después, cuando comienza la presentación, me entero de que esa mujer es Susana Villalba. Falta todavía para que todo empiece. Entro a la sala de lectura, que es un lugar amplio y confortable cuyo fondo, el escenario, está cerrado por grandes ventanales que remiten a un jardín. Estoy un poco perdido; hay poca gente y no conozco a nadie. Me reprocho íntimamente por no haberme comprado el vino que había planeado comprarme y por no haber tomado un par de tragos. Por fin, decido acomodarme en la tercera fila. Me descuelgo del bolso, lo apoyo en una silla y ahí, mientras estoy bajando el bolso hasta la silla, lo veo: Leónidas Lamborghini. Está sentado en la otra punta de la sala, como una efigie indolente que de algún modo me habla de la ausencia. Increíble, para mí, verlo ahí sentado. Dejo el bolso y me acerco a saludarlo. Mientras le doy la mano (más que estrecharme la mano, él me ofrece la suya para se la junte), me sorprendo diciéndole maestro. No sé qué más le digo, pero entonces Lamborghini empieza a hablar, de Giannuzzi, de él, de otros poetas que ellos frecuentaban. En un momento, mirándome a los ojos, dice: "Sucedió que, en un momento, el génesis se produjo en Villa del Parque". Ellos eran el Génesis, los poetas. Me siento, menos por cansancio que por el aura reverencial que parece recubrir a este hombre irónico luego de cada cosa que dice. "Usted fue compañero de colegio de Giannuzzi, no?", pregunto, aclarando que eso fue lo que leí en el prólogo de una antología de poesía. Y otras vez Lamborghini empieza a hablar, sus palabras pasean por Buenos Aires, van nombrando algunas cosas que no sé y otras que sí y desembocan de pronto en Fray Luis de León. "El siglo de oro", digo y pronuncio la palabra Garcilaso. Y Lamborghini dice Góngora, Quevedo. Así pasa un buen rato hasta que me despido. Antes de eso, le pregunto si está escribiendo algo, ahora. "No. No escribo. Yo escribo para que explote el demonio que me habita, cuando ese demonio llega." Con ésas u otras palabras, él dice eso o algo parecido. Cuando menciono mi nombre, Lamborghini pregunta: "Pedro qué?" "Kuy -respondo-. K-u-y. Ka. U. Y griega."
Voy a mi silla, me siento, me sumerjo en la silla, me acomodo, y la sala de lectura se llena de repente.
Entonces, Giannuzzi.
Giannuzzi...
Quizás es demasiado para un solo día.

miércoles, agosto 20, 2008

Más

Menos es más.

Cada vez eso es más claro (es decir, menos claro) para mí.

Menos es más.

miércoles, agosto 06, 2008

Un pozo.

Hoy hice lo siguiente:

Tenía un pomelo y una botella de vodka. Corté el pomelo al medio y exprimí una de sus mitades: vertí el contenido en un vaso y lo completé con vodka. Lo bebí mientras leía poesía. Después corté la otra mitad, hice lo mismo y me entoné, es decir, sentí el deseo y la necesidad de tomar más. Entonces puse agua a hervir en una pava, preparé media taza de café y la otra mitad la LLENÉ con vodka. Y salí a caminar por Buenos Aires, Buenos Aires, por la que hace tanto tiempo que no ando. Y ahora qué? me metí en un cyber y empecé a garrapatear estas palabras. Y acabo de separarme. Y el mundo se reduce a lo siguiente. Un circo, en cuya pista corre un caballo que gira y gira sin saber por qué ni adónde va. De pronto, la bailarina salta sobre la grupa del caballo y el caballo se anima, y parece correr con más talento: su porte es bello; su andar, pausado. Quién sabe si yo soy ese caballo. Lo cierto es que la bailarina salta cerca de mí, me invita. Y a su encuentro ahora voy, como hacia un pozo.

martes, julio 15, 2008

La mañana, Zárate y Adela

Después de semanas sin trabajar, semanas en las que estuve caminando literalmente las paredes y comiendo guiso de clavos y langostas, sopas de soledad, pan de centeno, ayer empecé a laburar en una buena empresa y hoy salí a a caminar por Zárate y crucé la plaza de la fuente. Y hace un poco de calor. Y está instalada como un signo extraño esta ardua primavera en el invierno. Y la calle, la gente de la calle, tiene para mi ser otro carácter. Me enamoro de todas las pendejas, camino dando saltitos, danzando como un idiota idiotizado. En fin. Después, entro en un banco, me como una cola de cuarenta minutos y al llegar al mostrador de Informes, me despachan en diez, quince segundos. Salgo del banco ahíto de pesares y el sol no me parece hermoso ahora. Una gota resbala de mi frente, cuelga de mi nariz, alcanza el aire y al tomar contacto con el piso, estalla, estalla, todo Zárate estalla en esa gota.
Ahora voy a encontrarme con Adela. Adela es una vieja sabia y boba que conversa conmigo cada tanto. Le faltan todos los dientes, tiene sarna. Cuando me abraza, siento, al contacto de su cuerpo magro, todo el calor sublime de este mundo.

martes, junio 10, 2008

Llueve tan suavemente que parece mentira.
Cuatro pájaros juntos, nada más en el cielo.
Estoy solo. Estoy solo. Nada tengo en mi vida
sino esta vaga lluvia que es todo lo que veo.

Cerca de mí, la gata, siempre echada, dormita.
En el departamento sólo avanza el silencio.
Estoy solo, tan solo, que parece mentira
que alguna vez fui joven y que estuve contento.

Hoy no tengo trabajo y está lejos mi hija
y están lejos mi sangre, mi razón y mi cielo.
Qué hice yo con la vida? Dónde está la guarida
adonde penetraba para escapar del miedo?

Estoy solo, tan solo, y la lluvia me invita
a urdir el infinito ceremonial del hielo.
Quién sabe cuánto puede durar esta maldita
sustancia, las preguntas cayendo desde el cielo.

9-06-2008

martes, mayo 27, 2008

La nada cotidiana

Vengo de una entrevista de trabajo. El encuentro tuvo lugar en una agencia de trabajo o consultora. Llegué temprano y me senté a esperar, solo, en una sala vacía, sin ningún libro ni diario ni papel en el que pudiera entretener los ojos. Entonces, para mejor esperar, hice lo que hago siempre en estos casos: crucé una pierna sobre otra, posé las manos encima de las piernas, cerca del sitio cálido del sexo, ladeé apenas la cabeza hacia la izquierda y comencé a decir, muy despacito:

"Eche veinte centavos en la ranura.
A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosa
si quiere ver la vida color de rosa,
eche veinte centavos en la ranura."

O sea el poema de González Tuñón que acude a mí cuando estoy solo o triste o cuando, como ahora, sencillamente tengo que esperar. Así hubiera podido seguir durante horas, porque en esos momentos de reposo una especie de autismo favorable se adueña de mi cuerpo y de mi mente y empiezo a fantasear, a recordar... Pero alguien se detuvo tras de la puerta de vidrio que remitía a la calle, era una chica, me miraba, tocó el timbre y me seguía mirando. Como no había nadie cerca que pudiera abrirle, de pronto me asaltó la duda: "Tengo que pararme, abandonar mi extática postura, mi cabeza ladeada, el poema suavecito de Tuñón...?" Decidí que no. Un momento después, sonó una chicharra estrambótica y la chica que me miraba empujó la puerta. Se sentó cerca de mí. Le dije Hola. Ella me saludó y empezamos a andar a los tropiezos dentro de una conversación sin sal ni azúcar. Entonces, cuando ya todo parecía perdido y Tuñón se había esfumado con sus versos, llegó ella: una gorda muy rubia y muy amable que se escondía detrás de unos anteojos negros. Cuando se sentó, escupió: Yo te conozco. Dado que no podía verle los ojos, claro, cómo podía saber si se dirigía a mí. Le miré los anteojos: Yo sé que te conozco de algún lado, dijo. Puede ser, anduve por muchos lados, repliqué. Sí, pero de dónde, de dónde te conozco.
Así, en esa tesitura de encuentros y de murmullos fue pasando el tiempo de la mañana, el mediodía. Nos hicieron una entrevista a los tres juntos. Yo solté un par de chistes fáciles y todos nos reímos. Al salir, la rubia volvió a decir: De dónde, de donde te conozco? No sé, pero hacé memoria y si nos vemos de nuevo, me decís, dije.
Y empecé a caminar solo otra vez y me metí en un cyber, me senté ante teclado y empecé a escribir esto. Por qué. Para ver si me saco de encima esta mañana, haciéndola otra vez y de palabras. Para entrar al lugar en donde estaba, donde Tuñón se acerca y me reclama.

martes, mayo 20, 2008

Oh melancolía

En Zárate, en un cyber.
No tener Internet en mi casa es una de las peores cosas que me pasa.
Antes, en otro tiempo, yo tenía Internet a mano, al alcance de mis pasos en la noche, al alcance de mi mano en la mañana, y podía escribir lo que se me antojase, en tanto lubricaba mi interior con mate amargo o con un vaso de Fernet con Coca. y todo era precioso en ese tiempo, y existía una dulce melodía que susurraba en mis oídos cosas, y nada me alejaba de mi sueño.
Ahora, no.
Ahora no tengo Internet en casa y he pensado, por eso, en suicidarme.
En realidad no he pensado en suicidarme pero sí me gusta escribir que he pensado en suicidarme. Y la puta verdad es que no tengo Internet en casa. Eso se debe a que no tengo casa. Ahora, esto último, el hecho de no tener casa, sí sería en todo caso un buen motivo para pensar en suicidarme. Pero, ya lo ves, en lugar de suicidarme, vengo al cyber, escribo que he pensado en suicidarme y cada vez que hago alusión a la muerte, la muerte, en cierto modo, me sucede.
Mientras escribo, entonces, rodeo con mis brazos ese halo que la muerte establece en torno a mí, y me suicido. Ando por esa landa peregrina que me habla del amor y de la vida, la muerte. Quiebro mi condición de ser humano a cambio de su beso momentáneo. Y en esa dulce muerte me cobijo, desprendido de mí, de lo que creo.

viernes, abril 11, 2008

EN ESCOBAR

Otra vez, en un cyber de una terminal, en Escobar, luego de padecer el viaje en Chevallier que siempre me aleja un poco de Zárate y de mí. Antes de salir, metí en mi mochila un librito al azar. Luego, ya sentado, descubrí que ese librito era una colección de relatos de Kafka y entré en un relato llamado Blumfeld, un solterón ya algo viejo. No sé si me gustó el relato, pero lo cierto es que no despegué los ojos de las páginas desde que salí de Zárate hasta llegar a Escobar, salvo para mirar el campo, la ruta, algunas vacas paciendo en la verdura.
Es interesante ver cómo Kafka no tenía ninguna clase de pruritos a la hora de introducir un elemento fantástico en la trama. Si uno, como lector, vence ese primer escollo que significa hallar un signo anómalo dentro del devenir realista de la trama, ya no es posible escapar a la experiencia de vivir en el mundo surrealista, pesaroso y lunático de Kafka. En el caso del relato que menciono, la incursión de lo fantástico aparece cuando Blumfeld, un viejo solterón quejoso que vive solo en el sexto piso de una casa de pensión, encuentra, al abrir la puerta de su pieza, "dos pequeñas pelotas de celuloide, blancas, con rayas azules" que "saltan en forma coordinada sobre el parquet: arriba y abajo". Luego de la inicial sorpresa ante el hallazgo, todo lo que hace Blumfeld es lamentar la presencia de esa pelotas inquietantes, pero prosigue el curso de sus hábitos.
En La Metamorfosis (o La Transformación, como quería Borges) esa ruptura se da desde el principio. Una vez leí que García Marquez declaró que al leer la frase inicial de ese relato, se sorprendió sobremanera porque, dijo, "no sabía que se pudiera escribir de esa manera".
No sé por qué demonios estoy acá tecleando estas palabras. Sólo espero la venida de mi hija. En todo caso mi deseo es consignar el hecho de que Kafka nunca me es indiferente, aun en sus relatos de menor cuantía como éste de Blumfeld, un solterón ya algo viejo.

En un rato, estaremos viajando con Paloma y ella me pedirá: Contame un cuento. Y quién sabe qué resabio gris de Kafka, qué sedimento vago se colará en los cuentos que le cuento a Paloma cuando vamos, alzando la cabeza cada tanto para mirar el cielo sobre el campo, las vaquitas paciendo en la verdura, rumbo al mundo quimérico de Zárate, adonde andan las Hadas sobre el río y se gesta la sal de la leyenda.

viernes, abril 04, 2008

Bah!

Una vez vi, en un documental,
cómo unas hienas hambrientas se comían a pedazos a un buey vivo.
Yo tenía cinco años, me parece, o algo así.
Después, durante mucho tiempo (esto quiere decir durante años, en la noche, mientas estaba estudiando en el colegio, mientras me masturbaba, siempre)
sentía, inexplicablemente sentía
que ese buey masacrado
era yo.

Y ése, supongo, fue el extraño principio del infierno.

Algo que entrara en mí como una cuña,
me quebrara de golpe, sí, una idea
lapidaria, infernal, inconcebible.

Quisiera poder decir: amor, quisiera
poder decir: amor,
decir: amor,
quisiera.

miércoles, marzo 19, 2008

CACHIVACHES

No sé cómo sucede. Pasan meses y años, yo me mudo de casa, de ciudad, de vida, y los cuadernos van mudándose conmigo; viajan en cajas, bolsas y bolsitos, son los mudos testigos de esa curiosa obsesión que tuve siempre, esa obsesión que consistía en hallarme, en descubrirme, en el vaivén de la palabra escrita.
Pasan meses y años. Una noche, una noche del año 2008, me pongo a revisar mis cachivaches y saco uno de mis cuadernos al azar. Lo llevo al baño, cierro la puerta, fumo y mientras fumo entreveo las palabras que alguna vez me obsesionaran tanto.
Y me da bronca haber perdido el tiempo. Y a la vez una extraña compasión se desenvuelve en la base de mi estómago. PObre, pienso, pobre ese pibe que escribía estas cosas, alejado del mundo de los otros, buscando qué, qué. Qué buscaba ese pibe delicado que pasaba las horas de las tardes hilvanando palabras en cuadernos?
Y, en verdad, yo no sé cómo sucede, pero, a poco de leer, a poco de leer lo que él escribe, yo siento que ese pibe se levanta y me invita a buscar lo que él buscaba. Sí, pero qué, qué eso que él buscaba, al escribir? Qué eso que él buscaba y que ahora busco?

No lo sé. Por lo pronto, he aquí un poema rimado de ese pibe, cuando, quién sabe a causa de qué influencia, todavía le daba por escribir de .





Una intención oculta palpita en el ambiente,
el ámbito hoy vedado al beso de la brisa;
con el mirar ajeno, de modo diferente,
deja que aleje el trazo su pálida premisa.

Del sol que va cubriendo, llevando los cristales
hacia las horas claras, la cama en que yacemos,
ya no sentimos sino vestigios laterales
o vagas sensaciones del cuerpo que perdemos.

Consoladoramente mi mano disimula
con una cariñosa caricia los efectos
del sueño que dilata la mano que la emula
trenzando dedos blandos con dedos insurrectos.

Por qué la boca leve que acaso me deshaga,
que acaso simplemente me labre y me libere,
se pierde en el espacio trizado por la vaga
penumbra paulatina de un mundo que se muere?

Qué tan lejanos luego, dejados de las manos
del dios omnipotente que labra la vigilia,
nos sentiremos meros efluvios inhumanos,
efluvios de un engaño que el sueño reconcilia?

Mas de la luz amena que corre y se deshace
dejándonos el giro de su melancolía,
el cuerpo es ese curso perpetuo del que nace
y tiembla, se deshace, renace la poesía.

(1997)

martes, marzo 18, 2008

MI OBJETO

Pobre, como una tristeza de cosas caídas,
de objetos que dejamos o perdemos
en un rincón del cuarto y que miramos
un día en el futuro, torvamente,
con esa desazón que nos rebasa
cuando en el tiempo la materia tarda, cuando el tiempo
que en la materia tarda nos espera
si vemos un objeto, es lo pasado,
lo siempre necesario, te recuerdo.

Mi luz es ese tiempo en que nacimos
(no acabo de alcanzarme, lo comprendes?),
para no ser ahora lo que era,
para dejar de ser lo que no he sido
sino como el espejo de un espejo
(mi cara no pintaba tu apariencia?)
mi luz es el objeto deslumbrante,
la forma que comulga mi mirada,
comprendes lo que digo, nuestro tiempo?,
con ese objeto que una vida lleva,
que una vida olvidada dilapida
o deja en un rincón o que contempla
y que mira vejarse, tu recuerdo.

Pero pobre, mi luz es ese tiempo.

Cómo he de desechar el pacto, el rito,
la sombra que en la tarde me deshace
para ser una sombra si te miro?

Digo pobre, mi luz cuando te miro,
oh cuerpo de un objeto desasido
que su sombra prolonga y sintetiza,
difiere por el cuarto su dominio
y esa forma, su forma me asimila.

Tan pobre si te veo, si te sigo
y aun pobre cuando logro descuidarte.
Acaso dejarás de ser conmigo
si concibo el objeto de dejarte?




(Noviembre, 23, 1997)

jueves, marzo 06, 2008

PERDIDO ENTRE CUADERNOS

Era el viento y el sol; era el invierno.
Remolinos sonoros, invisibles.
Giraban los lumínicos jirones
de los últimos rayos de la tarde.
Inmóviles, los ojos en los ojos,
callábamos, erguidos sobre el pasto.
Con leves devaneos termitentes
incógnitos oreos relamían
la brevedad mareada de su falda
(la cual flameaba así, como flamean
los símbolos, las velas de los barcos).
El sol con lentitud de ave baleada
dudó, como buscando el occidente,
y al fin decoloró detrás de ella
sesgando los contornos de su cráneo.
(Alguna indócil hebra en la melena
brilló. Miré el contraste paulatino
de sombras en los pómulos.) La tarde.
"Qué pasa?" dijo. "Nada." "Y esas lágrimas?"
Callé; las enjugué con una manga.
Lívidos y vibrátiles, sus labios
arqueáronse despacio, y algo triste
le comprimió los ojos jeroglíficos.
Un reverbero blanco, delincuente
caminó hacia la sombra de las manos
y los dos al unísono corrimos
la dirección del rostro, sin hablarnos:
perfilábase dócil una luna
noctámbula, con halo difusivo.
Un pájaro amarillo la cruzaba;
vimos la estela (se crispó su mano
al tiempo que la mía se crispaba).

Sentí los hormigueos de lo oscuro,
la inherente demencia de lo negro.



(1998)

domingo, marzo 02, 2008

ESE LUGAR

Voy a empezar a andar
y a discernir
y a elegir un lugar
donde morir.

Adónde puede estar
ese lugar?
Lo quiero reiterar:
cerca del mar.

Una casa al final
de un malecón
y yo en el ventanal
o en el balcón.

Allí se agita el mar
cerca de mí.
Ya estoy en mi lugar,
estoy ahí.

lunes, enero 21, 2008

MISHIMA

Yo estaba en el baño, sentado en el inodoro, cagando, hojeando viejos números de Ñ. Clara se dedicaba a cocinar, a tres metros de mí, del otro lado de la puerta. De pronto empezó a decir: “Mishima”, que es el nombre de nuestra gata. “Mishima”, repetía Clara. “Mishima!” “Qué pasa.” “Pedro, no encuentro a Mishima.” Tiro los números de Ñ en un rincón del baño, me lavo, en el bidé, el culo, me pongo un short y salgo a ver qué pasa.
Vivimos en un cuarto piso. En un ambiente que está regularmente sucio. El ambiente se prolonga en un balcón y a través del balcón, a lo lejos, se puede ver el río. Si la gata no estaba adentro, podían haber sucedido dos cosas: se podía haber caído (Clara me aseguró: “El gato, si se cae de un cuarto piso, no se mata”) o bien podía haber saltado al balcón del vecino. (Esta última hipótesis era la más factible, porque, pese a que Clara y yo nos hemos esforzado atando rejas ingentes a las barandas del balcón, poniendo esteras de mimbre entrelazado, acumulando sillas, bicicletas y recurriendo a toda clase de artilugios para que Mishima no consiga hallar un hueco por el cual saltar al balcón del vecino, que es fóbico a los gatos, Mishima salta igual, Mishima gana.
Bueno, la cuestión es que Clara y yo alteramos y dimos vuelta el departamento buscando a la gata hasta en los sitios más insospechados (debajo del motor de la heladera, en la parte de atrás de la mesada, en el horno), pero la gata no estaba en ningún lado.
“En ningún momento abriste la puerta del pasillo?”, le pregunté a Clara repetidas veces. “No”, respondía Clara. “Segura?” “Segura.”
“Entonces, una de dos –dije-: o se cayó o la tiene el vecino.”
Salimos al balcón, a ver. La persiana del balcón del vecino permanecía cerrada, imperturbable.
“Ay, Pedro, cómo la va a tener el vecino” me reprochó Clara.
“Y entonces cómo es que no la vemos reventada en el piso” dije lógicamente mientras, asomado, con una mano en la baranda del balcón, le señalaba a Clara con la otra el piso inmaculado de la planta baja.
“Si la tuviera el vecino –dijo, también lógicamente, Clara- la escucharíamos maullar.” Y eso era cierto; la acústica de este departamento es tan sinuosa que yo puedo saber, por ejemplo, cuál es la música que escucha habitualmente mi vecino o cuáles son las noches venturosas en las que la mujer de arriba llega al coito.
Era muy raro que ahora no se escuchara nada, ni un maullido.
“Mañana –dije- va a haber que hacer una guardia para vigilar al vecino, a ver si sale con alguna bolsa, y también hay que ir a revisar la basura que tira.”
“Ay Pedro, cómo la va a matar! Por qué tenés que tener siempre esas ideas siniestras” dijo Clara.
“Sólo prefiero no omitir esa posibilidad” repliqué.
Era tarde. La una de la mañana, más o menos. Yo, a esa altura, pensaba que ya no vería más a Mishima y que ésa sería una pérdida más entre las pérdidas de la vida. Además, necesitaba tomar mate, así que decidí resignarme e ir a poner la pava a calentar.
Había agarrado el cuaderno, el cuaderno en el que escribo esto, y había garabateado unas palabras, buscando lo que busco cuando me pongo a escribir: que mi universo personal, fatídico, se convierta en un entorno interesante.
Entonces, oí los maullidos, vaguísimos, lejanos, pero audibles, audibles al menos para mis oídos ya que cuando llamé a Clara para que los oyera, ella no consiguió escuchar nada nada.
“Escuchá, pero escuchá” le decía yo. Ella abría bien los ojos, atenta. Luego empezaba a negar con la cabeza.
“Si estoy empezando a tener alucinaciones auditivas –dije-, esto está más complicado de lo que pensaba.”
De todas maneras, la audición de los aullidos por mi parte, era bastante irregular, espaciada. Yo no podía escribir: me imaginaba al vecino agarrando a la gata del cuello, apretándole el cogote para que no hiciera ruido. (Sí, sí, Clara me lo había dicho: Por qué tenía que tener siempre esas ideas siniestras?)
En un momento en el que yo estaba alejado del balcón, vertiendo la yerba seca dentro del mate, Clara vino corriendo a mi lado.
“Pedro, está en el departamento de al lado!”
Clara corrió hacia el balcón y yo corrí tras ella. Vi que hacía un gesto silencioso con la mano, mirando hacia la zona del balcón del vecino; giré la cabeza y estaba ahí, Mishima, con la mitad delantera del cuerpo colgando de un ventanuco, un ventanuco abierto hacia el vacío, más allá y por encima del balcón. “Debe ser la cocina del vecino”, pensé. Mishima quería saltar del ventanuco al balcón pero evidentemente no hallaba un buen sostén para sus patas, porque las estiraba al cielo, rasguñando en el aire, y resbalaba.
“Yo no quiero mirar” dijo Clara y se volvió hacia mí, temblando, con los ojos clavados en el suelo. Mishima, en ese momento, echando todo el cuerpo hacia delante, pudo encontrar un buen punto de fuga y se precipitó, saltó al balcón. Y después, de balcón a balcón, llegó a nosotros.
Ahora duerme, en la cama, a los pies de Clara.
Comienza la madrugada.
Voy a quedarme mirándolas un rato.
Este silencio empieza a hacerme mal.

jueves, enero 17, 2008

Ceniza ceniza
de nuevo ceniza
la risa la casa
la cara de ella