viernes, noviembre 28, 2008

"La inocencia es ignorancia. En la inocencia no está el hombre determinado como espíritu, sino sólo anímicamente determinado en unidad inmediata con su naturalidad. El espíritu está entonces en el hombre como soñando. Esta concepción concuerda perfectamente con la de la Biblia, la cual, al negarle al hombre en el estado de inocencia el conocimiento de la diferencia entre el bien y el mal, condena todas las meritorias fantasías católicas.
En ese estado hay paz y reposo, pero también hay otra cosa, por más que ésta no sea guerra ni combate, pues sin duda que no hay nada contra qué luchar. ¿Qué es entonces lo que hay? Precisamente eso: ¡nada! Y ¿qué efectos tiene la nada? La nada engendra la angustia. Éste es el profundo misterio de la inocencia, que ella sea al mismo tiempo la angustia. El espíritu, soñando, proyecta su propia realidad, pero esta realidad es nada, y esta nada está viendo constantemente en torno suyo a la inocencia."


Kierkegaard El Concepto de Angustia

martes, noviembre 18, 2008

Monty Python

A partir del momento en el que me crucé con un video de ellos en un blog, ahora cada vez que la realidad de la calle me reduce, mientras recorro, por ejemplo, el microcentro, a un puñado de inercia que camina mirando sin mirar a los demás, entro en un cyber, pido una máquina, entro en Youtube y escribo Monty Python.
Y aparecen secuencias como ésta.






Y pienso: si el camino para llegar ahí, adonde hay que llegar, no es el humor, entonces, cuál es?

martes, noviembre 11, 2008

A veces necesito
desentrañarme
y desembarazarme
para obligarme a ver
lo que no fui.

La soledad tiene un silencio entonces
en el que nacen pasos de sonidos
que no di.

Pero qué lindo es ese que camina
por una calle al sol entre el gentío
(va de su mano una mujer
menuda, qué linda es la mujer),
desaparece,
se apelotona, se enmaraña, cede
en cuanto lo pretendo descubrir.

Quién sabe qué canción irá soñando
o qué estará cantando
ya sin mí.

sábado, octubre 25, 2008

No escribo más. Al menos, no para que alguien lea lo que escribo. Porque, desde hace mucho, todo aquello que escribo me da asco. Y, a pesar de ese dato, que para mí no es insignificante, la escritura, de un modo indefinible, continúa salvándome la vida.

domingo, septiembre 21, 2008

HEMINGWAY

Algunas de estas mañanas
que me toca vivir, en la inocencia
que despiden mis hábitos, mis libros,
la larga hora de tren que me separa
del abrazo en la casa de mi hija,
camino hasta una plaza, algunas cuadras,
ataviado con ropa deportiva
y corro media hora, un poco más
en torno de la plaza. Es infinita
la despreocupación que eso me da.

Una de las veredas de la plaza
es la casa (allí vive) un hombre solo
que se parece a Hemingway, al último
Hemingway: tiene barba y está gordo.
Básicamente el hombre se dedica
a leer, a interpretar el Evangelio,
"La palabra de Dios", así lo llama.

Si uno pasa a su lado puede oírlo:
cualquier transeúnte a veces se detiene
y Hemingway, exégeta, se enciende.
Pero, también, si nadie lo acompaña,
si uno pasa a su lado puede oírlo
hablándoles de Job a los fantasmas.

miércoles, septiembre 17, 2008

CID





Es raro, ahora, laburar de noche. Mi horario de entrada es a las tres de la mañana.(Neruda decía no entender por qué se dice "a las tres de la mañana" y no a las tres de la noche, cuando estamos hablando de la noche.) Me desempeño como operador telefónico nocturno en una empresa de seguros que recibe llamados de clientes españoles. Es decir, soy un pinche telemarketer, pero no vendo nada, sino que atiendo llamados y esta noche que pasó, una mujer me dijo "majo" y sonreí y tengo interesantes compañeros y más que nada lo que hago es tomar mate porque sólo entra un llamado cada tanto y pasamos el tiempo conversando, mirándonos las caras, divagando. En fin. Yo no quería hablar de eso sino de la película que fui a ver anoche y que no me gustó pero que despertó en mí una duda que acaso, estirando el concepto de la estética que uno quizá, a fuerza de mirar, puede tener, pertenece al orden de lo estético. Tal vez. Quién sabe. En todo caso fui a ver Motivos para no enamorarse intuyendo en el título una magia promisoria que luego el desarrollo de la trama transformó en un fracaso más en mi lista ostensible de fracasos que tuvieron su origen en la magia, o, más acá de la magia, en la ilusión.
Celeste Cid. Se trata de ella. Qué mujer, Dios mío. Imposible evitar un comentario de esta índole a la hora de hablar de ella. Su belleza genuina, su salud, unas piernas equinas, exquisitas, que casi en el final de la película se entregan a la danza con música de tango. En fin. Se trata de ella.
Ocurrió que, a partir de los primeros fotogramas, la sombra de una sorda decepción bajó de la pantalla, se hizo aire, se apoderó de la ilusión, de mí. Y supe que iba a estar sentado ahí, como un imbécil sórdido entre imbéciles, y oyendo (eso acentuaba mi pesar) las risas de la gente que espectaba y soltaba pequeños comentarios que hablaban de la virtud de las imágenes. Y no. No. Pero algo sucedía, mientras tanto.
Mientras tanto sucedía Celeste Cid. Yo ya no estaba viendo la película. Me estaba dedicando a verla a ella. Era un placer que no suplía el mal trago, pero notablemente lo atenuaba.
No tengo ganas de escribir, ahora; estoy cansado, ayer dormí muy poco. Y vengo de laburar toda la noche. La mitad de la noche, en realidad. Pero supongo que si tuviera ganas de escribir intentaría escribir sobre ese tópico: sobre Celeste Cid, sobre el hecho estético que ella, como imagen, significa.
Hoy me crucé en el Subte con el Dr. Tuga. Le referí vagamente esto que acabo de escribir. Y él en una palabra me arrojó una opinión categórica, prístina, concisa:
-Pajero -sentenció-. Sos un pajero.
Afortunadamente para mí, el dr. Tuga me tiene sin cuidado. Celeste Cid, que quede claro, no.

lunes, septiembre 08, 2008

UN LUNES A LAS SIETE DE LA TARDE

El marco referencial es la presentación de un libro póstumo de Joaquín Giannuzzi.
Llego temprano. Doy vueltas en el hall de la Casa de la Lectura (casa que yo personalmente desconocía). Me atiende en el mostrador una mujer amable. Me dice que escriba mi mail en una lista. Después, cuando comienza la presentación, me entero de que esa mujer es Susana Villalba. Falta todavía para que todo empiece. Entro a la sala de lectura, que es un lugar amplio y confortable cuyo fondo, el escenario, está cerrado por grandes ventanales que remiten a un jardín. Estoy un poco perdido; hay poca gente y no conozco a nadie. Me reprocho íntimamente por no haberme comprado el vino que había planeado comprarme y por no haber tomado un par de tragos. Por fin, decido acomodarme en la tercera fila. Me descuelgo del bolso, lo apoyo en una silla y ahí, mientras estoy bajando el bolso hasta la silla, lo veo: Leónidas Lamborghini. Está sentado en la otra punta de la sala, como una efigie indolente que de algún modo me habla de la ausencia. Increíble, para mí, verlo ahí sentado. Dejo el bolso y me acerco a saludarlo. Mientras le doy la mano (más que estrecharme la mano, él me ofrece la suya para se la junte), me sorprendo diciéndole maestro. No sé qué más le digo, pero entonces Lamborghini empieza a hablar, de Giannuzzi, de él, de otros poetas que ellos frecuentaban. En un momento, mirándome a los ojos, dice: "Sucedió que, en un momento, el génesis se produjo en Villa del Parque". Ellos eran el Génesis, los poetas. Me siento, menos por cansancio que por el aura reverencial que parece recubrir a este hombre irónico luego de cada cosa que dice. "Usted fue compañero de colegio de Giannuzzi, no?", pregunto, aclarando que eso fue lo que leí en el prólogo de una antología de poesía. Y otras vez Lamborghini empieza a hablar, sus palabras pasean por Buenos Aires, van nombrando algunas cosas que no sé y otras que sí y desembocan de pronto en Fray Luis de León. "El siglo de oro", digo y pronuncio la palabra Garcilaso. Y Lamborghini dice Góngora, Quevedo. Así pasa un buen rato hasta que me despido. Antes de eso, le pregunto si está escribiendo algo, ahora. "No. No escribo. Yo escribo para que explote el demonio que me habita, cuando ese demonio llega." Con ésas u otras palabras, él dice eso o algo parecido. Cuando menciono mi nombre, Lamborghini pregunta: "Pedro qué?" "Kuy -respondo-. K-u-y. Ka. U. Y griega."
Voy a mi silla, me siento, me sumerjo en la silla, me acomodo, y la sala de lectura se llena de repente.
Entonces, Giannuzzi.
Giannuzzi...
Quizás es demasiado para un solo día.