Ser padre, qué será.
Hoy estuve todo el día con Paloma, mi hijita de cuatro años, compartiendo esa jerga y esos juegos que solamente yo tengo con ella y que ella pone en práctica conmigo, sólo con su papá y con nadie más. Cómo lo sé, cómo sé que esas palabras que Paloma usa conmigo, ese preciso código gestual que me hace a mí saber, sólo con un mohín en sus mejillas, que ella se siente bien, o que se siente mal, que tiene hambre, o la cara de me quiero ir ya mismo de acá que me hace cada tanto en los sitios y lugares más insólitos, eso, cómo lo sé? Lo sé. Solo lo sé. Y puedo pensar ahora que a todo padre quizá le sucede lo mismo con un hijo que atraviesa el estadio de la primera infancia, pero... no. Sinceramente creo que no. Lo que sucede con Paloma es único.
Bueno, no debería hablar de eso aquí porque, desde luego, no puedo ser objetivo en absoluto a la hora de explicar sus cualidades, sus intrínsecas características, sus dones.
Mi idea original era contar que hoy fuimos a la plaza y que estuvimos ahí unas cuatro horas. Ella se puso a jugar sola en la arena con el balde, el rastrillo y la palita (los mismos que alguna vez forjaron un castillo, o el proyecto difuso de un castillo, con la arena marina, hospitalaria, de una playa especial, en Villa Gesell).
Paloma siempre es más bien solitaria a la hora de crear un universo lúdico en su entorno; a veces, incluso, la presencia de otros chicos parece hasta molestarla, en un principio. Luego se deja ser y es una niña más entre los niños que se ensucian y corren en la plaza.
Hoy, cuando llegamos, quiso que la hamacara un rato, porque si algo le gusta a Paloma es que la hamaque, que la hamaque y que, mientras la hamaco, le haga muecas, pantomimas, bromas, le cante canciones bobas y revolee lo ojos, entonces ella se ríe como si yo en verdad fuera gracioso, como si verdaderamente mis números artísticos creados en exclusiva para ella constituyeran un prodigio único, fueran la flor del humor, algo exquisito. Eso, ese reconocimiento que ella brinda, me hace crecer de pronto, me hace grande.
En realidad no puedo escribir ahora porque el ambiente en el que estoy redactando esto se ha visto súbitamente enrarecido por la llegada de alguien que, voluntaria o involuntariamente, empasta el devenir de las palabras.
No importa.
Lo cierto es que Paloma empezó a hacer un pozo en la arena y apareció de la nada un chico que, a simple vista, no podía tener más de dos años. Y bailaba. Había un banda tocando música reggae a unos veinte metros de nosotros, en una de las esquinas de la plaza, y el pibe bailaba al compás de la música de un modo inevitablemente cómico. Me preguntó si podía jugar con los chiches de Paloma, que estaban desperdigados por la arena. Sí, claro, dije, jueguen juntos.
Paloma estaba llenando un balde con arena y piedritas y decía que estaba haciendo la comida; el chico, que se llamaba Joel (si no le entendí mal) le quería sacar el balde para hacer no sé qué. Ahí empezaron las discusiones. Me encontré diciendo: Jueguen, jueguen un rato cada uno, mientras sentía que estaba exhalando paternidad por todos los poros de mi cuerpo. Después Joel se obsesionó con la banda de reggae y quería que fuéramos a verla. "Vamo, vamo allá" me decía. Dentro de un rato, dentro de un rato vamos, contestaba invariablemente yo mientras giraba la cabeza a diestra y a siniestra buscando establecer contacto visual con la madre invisible de Joel, o con el padre, pero ninguno de los dos aparecía. Hasta que sucedió lo del rastrillo. Tanto Paloma como Joel acudían a mí de tanto en tanto para que determinara quién de los dos debía manejar un pequeño rastrillo de plástico que, al parecer, era uno de los chiches más atractivos del conjunto de los chiches de Paloma. Yo decía, Bueno, jugá un ratito vos, Paloma, o bien, Bueno, ahora prestáselo a Joel. En una de ésas, el rastrillito lo tenía Paloma pero lo había dejado a un costado mientras juntaba arena con las manos. Entonces Joel, esta vez sin preguntarme nada ni pedirme ningún tipo de permiso, vio una oportunidad irrepetible al advertir el rastrillo abandonado, corrió hasta llegar a él y lo agarró. Paloma se dio cuenta de inmediato de la fugaz y desleal maniobra y, poniendo los brazos en jarra, miró a Joel como una tía indulgente miraría quizás a su sobrino mientras éste le roba un caramelo: sonriendo con cierta sorna, alzando mucho las cejas, como sin acertar a tomar la decisión de retarlo o bien de darle un beso.
Muy bien, en ese gesto, en esa actitud puntual, yo me reconocí, me conocí. Cabalmente. Ése era yo de chico. Pude ver a Pedrito ahí, en Paloma.
Nada más, por hoy, que ya es bastante.
domingo, septiembre 23, 2007
PALOMA
Por Pedro Kuy en 7:40:00 p. m.
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7 comentarios:
Sabés?
Es imposible que, entre un padre y una hija, no se de esa simbiosis. Digo, si son UN PADRE Y UNA HIJA QUE SE AMAN, lógico.
Mi viejo fue lo único que tuve en mi vida. Del él heredé el amor por el turismo de carretera, la pasión de escuchar partidos de fútbol por radio (aunque él escuchaba a Racing y yo a River) hasta casi que fui Ingeniera Mecánica, porque él había querido serlo.
O sea, todas las chicas, indefectiblemente, nos parecemos a nuestros padres.
Y ESO ESTA BUENISIMO!!!!!!!
Ah! Yo soy fanática del tema: padres-madres-hijos. No sabía que tenía una hijita, Pedro. Lo imagino un padre jovencísimo. ¿Será así?
PEDRO:
EL DOMINGO, A ESO DE LAS TRES DE LA TARDE, EN LA RIOJA AL 1800, PARQUE PATRICIOS, ATREVIDOS POR COSTUMBRE ESTARÁ SIENDO PARTE DE LA FIESTA DE CUMPLEAÑOS DE FILETEANDO ILUSIONES. SERAN DE LA PARTIDA, TAMBIÉN, LOS INEVITABLES DE FLORES Y LOS COLGADOS DE LA RAMA, DE CHIVILCOY. NO SE SUSPENDE POR LLUVIA.
ESTÁS MÁS QUE INVITADO!!!!
Anais: precioso lo que contás sobre vos y tu viejo.
Respecto del domingo, gracias por la invitacion, pero mañana sábado parto para Zárate, en donde probaré algún vino zarateño y acaso también algunas birras.
Pero, como decía mi tía Alcira, NO VA A FALTAR OPORTUNIDAD.
Vir: soy padre, sí, pero no crea que tan jovencísimo como Ud. supone. Desde el 7 de septiembre, el día en que cumplí años, no sé qué sórdido resquemor me agarra cuando me preguntan qué edad tengo y me veo obligado a responder: treinta y uno.
Ah! Pero, si! ¿Joven? ¿Lo dejamos ahí?
Es difícil, no? Verlos cuando otro chico los hace llorar... Dan ganas de agarrarlos y salir corriendo para que nadie los lastime.
Jaja!!! pero no piensen que lo hago, solo reprimo el impulso...
Caracol, es un gusto encontrarte por acá.
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