domingo, agosto 05, 2007




Hace muchos años (doce, digamos) yo iba a la biblioteca del Congreso de tarde, de madrugada o de mañana (en ese entonces, y creo que ahora también, la del Congreso era la única biblioteca en Buenos Aires abierta las 24 horas, como las casas de putas, como los ESSO shop y las remiserías). Uno llegaba a la biblioteca, dejaba el bolso en la entrada a cambio de un cartón que tenía pintado un número, entraba y revisaba en los ficheros que se alineaban en cajones largos dentro de un mueble vetusto, hasta que daba al fin con el título del libro o el autor que precisaba; lo siguiente era anotar en un papel un código y el nombre de la obra, anotarlo y dejar el papel en un cajón, cuadrado, de madera, que contenía otros papeles similares que aludían a libros. Veinte minutos después (o diez, o treinta) un hombre o una mujer llamaban por apellido a los presuntos lectores que esperábamos los libros. Cuando me llamaban a mí, que me apellido Kuy, algunos individuos me miraban, se me quedaban mirando como quien mira algo que no acaba de entender. Yo no les daba importancia porque ahora iba al encuentro de mis libros y la proximidad de la lectura me prodigaba coraje.
Me sentaba y abría La vuelta al día en 80 mundos, de Cortázar, o me sentaba y abría Confieso que he vivido o abría el libro La Urna, de Enrique Banchs. Y era hermoso, aunque lamento decirlo así, pero era hermoso.
Ahí fue donde leí de modo íntegro, a lo largo de cuatro o cinco noches, o mañanas, Linterna Mágica, el libro de memorias de Ingmar Bergman, que acaba de morir esta semana. Yo llevaba a la biblioteca siempre un cuaderno conmigo: necesitaba escribir, de tanto en tanto, mientras leía. A veces escribía impresiones propias. A veces copiaba algún fragmento de lo que leía, porque me parecía algo genial y quería guardar esas palabras.
Fue ahí donde copié el siguiente párrafo:

“Cuando vivíamos en la Villagatan solían venir músicos callejeros a tocar el piano. UN día vino una familia entera. Mi padre entró en el comedor diciendo: ‘Ya hemos vendido a Ingmar a los gitanos. Nos pagarán bastante’. Yo aullé de terror. De pronto todos se echaron a reír, mi madre me cogió en brazos, me sujetó la cabeza y me acunó suavemente. Todos se sorprendieron de que fuera tan crédulo: ‘Este niño es muy fácil de engañar, no tiene ningún sentido del humor.”

4 comentarios:

anais dijo...

y antonioni???

ver BLOW UP debería ser una obligación!!!

Pedro Kuy dijo...

Anais: todo lo que sé o recuerdo de Blow up es que estaba inspirada en un cuento de Cortázar. Era así, no? Pero nunca tuve una aproximación íntima a la obra de Antonioni. En cambio, Bergman... Para mí marcó una época, iba a sala Lugones del San Martín a ver los ciclos especiales en los que se pasaban sus películas, buscaba libros que hablaran sobre él, veía y reveía Fany y Alexander (que se consigue ahora en DVD), Cuando huye el día, Gritos y susurros, La fuente de la doncella, Un verano con Mónika, y así.
Pero prometo ver algo de Antonioni a-la-brevedad.

anais dijo...

BLOW UP toma la idea del cuento de Cortazar LAS BABAS DEL DIABLO, pero solo eso.

Bergman siempre me resultó medio insoportable...

Y aquí, lo importante de este comment...

ATREVIDOS EMPIEZA A ENSAYAR!!!

JUEVES 20:30 Y SABADOS 16:00

EN DARWIN Y HONDURAS, COMO SIEMPRE.

SALUDOS, BESOS, ABRAZOS, CONFITES Y MURGA!!!

NOS VEMOS EN ACCION!

Anónimo dijo...

En BLOW UP se conjuga la idea de Cortázar y el color de la cultura Pop del Londres de los 60. Con un David Hemmings todavía atractivo (¿lo vieron en Gladiator? Está irreconocible.)