miércoles, septiembre 17, 2008

CID





Es raro, ahora, laburar de noche. Mi horario de entrada es a las tres de la mañana.(Neruda decía no entender por qué se dice "a las tres de la mañana" y no a las tres de la noche, cuando estamos hablando de la noche.) Me desempeño como operador telefónico nocturno en una empresa de seguros que recibe llamados de clientes españoles. Es decir, soy un pinche telemarketer, pero no vendo nada, sino que atiendo llamados y esta noche que pasó, una mujer me dijo "majo" y sonreí y tengo interesantes compañeros y más que nada lo que hago es tomar mate porque sólo entra un llamado cada tanto y pasamos el tiempo conversando, mirándonos las caras, divagando. En fin. Yo no quería hablar de eso sino de la película que fui a ver anoche y que no me gustó pero que despertó en mí una duda que acaso, estirando el concepto de la estética que uno quizá, a fuerza de mirar, puede tener, pertenece al orden de lo estético. Tal vez. Quién sabe. En todo caso fui a ver Motivos para no enamorarse intuyendo en el título una magia promisoria que luego el desarrollo de la trama transformó en un fracaso más en mi lista ostensible de fracasos que tuvieron su origen en la magia, o, más acá de la magia, en la ilusión.
Celeste Cid. Se trata de ella. Qué mujer, Dios mío. Imposible evitar un comentario de esta índole a la hora de hablar de ella. Su belleza genuina, su salud, unas piernas equinas, exquisitas, que casi en el final de la película se entregan a la danza con música de tango. En fin. Se trata de ella.
Ocurrió que, a partir de los primeros fotogramas, la sombra de una sorda decepción bajó de la pantalla, se hizo aire, se apoderó de la ilusión, de mí. Y supe que iba a estar sentado ahí, como un imbécil sórdido entre imbéciles, y oyendo (eso acentuaba mi pesar) las risas de la gente que espectaba y soltaba pequeños comentarios que hablaban de la virtud de las imágenes. Y no. No. Pero algo sucedía, mientras tanto.
Mientras tanto sucedía Celeste Cid. Yo ya no estaba viendo la película. Me estaba dedicando a verla a ella. Era un placer que no suplía el mal trago, pero notablemente lo atenuaba.
No tengo ganas de escribir, ahora; estoy cansado, ayer dormí muy poco. Y vengo de laburar toda la noche. La mitad de la noche, en realidad. Pero supongo que si tuviera ganas de escribir intentaría escribir sobre ese tópico: sobre Celeste Cid, sobre el hecho estético que ella, como imagen, significa.
Hoy me crucé en el Subte con el Dr. Tuga. Le referí vagamente esto que acabo de escribir. Y él en una palabra me arrojó una opinión categórica, prístina, concisa:
-Pajero -sentenció-. Sos un pajero.
Afortunadamente para mí, el dr. Tuga me tiene sin cuidado. Celeste Cid, que quede claro, no.

3 comentarios:

anais dijo...

ASi como las mujeres somos quejosas, los hombres son pajas. Y eso es I NE VI TA BLE. Y no está mal que así sea.

Besote, Pedro.


Güena salú y malos istintos.
anais

Johana dijo...

Bueno, yo tabn hablé de mi nuevo laburo al principio. Es una extraña sensación, mezcla de zombie y vampirismo que te lleva a preguntarte a las 12 del mediodía si sacrificas tu tarde durmiendo, o sacrificas tu noche insomne...
Celeste Cid, blah..., no puedo opinar de lo que no ví.
Beso!
Joy

ASSHOLE dijo...

basicamente estabas goma