viernes, abril 11, 2008

EN ESCOBAR

Otra vez, en un cyber de una terminal, en Escobar, luego de padecer el viaje en Chevallier que siempre me aleja un poco de Zárate y de mí. Antes de salir, metí en mi mochila un librito al azar. Luego, ya sentado, descubrí que ese librito era una colección de relatos de Kafka y entré en un relato llamado Blumfeld, un solterón ya algo viejo. No sé si me gustó el relato, pero lo cierto es que no despegué los ojos de las páginas desde que salí de Zárate hasta llegar a Escobar, salvo para mirar el campo, la ruta, algunas vacas paciendo en la verdura.
Es interesante ver cómo Kafka no tenía ninguna clase de pruritos a la hora de introducir un elemento fantástico en la trama. Si uno, como lector, vence ese primer escollo que significa hallar un signo anómalo dentro del devenir realista de la trama, ya no es posible escapar a la experiencia de vivir en el mundo surrealista, pesaroso y lunático de Kafka. En el caso del relato que menciono, la incursión de lo fantástico aparece cuando Blumfeld, un viejo solterón quejoso que vive solo en el sexto piso de una casa de pensión, encuentra, al abrir la puerta de su pieza, "dos pequeñas pelotas de celuloide, blancas, con rayas azules" que "saltan en forma coordinada sobre el parquet: arriba y abajo". Luego de la inicial sorpresa ante el hallazgo, todo lo que hace Blumfeld es lamentar la presencia de esa pelotas inquietantes, pero prosigue el curso de sus hábitos.
En La Metamorfosis (o La Transformación, como quería Borges) esa ruptura se da desde el principio. Una vez leí que García Marquez declaró que al leer la frase inicial de ese relato, se sorprendió sobremanera porque, dijo, "no sabía que se pudiera escribir de esa manera".
No sé por qué demonios estoy acá tecleando estas palabras. Sólo espero la venida de mi hija. En todo caso mi deseo es consignar el hecho de que Kafka nunca me es indiferente, aun en sus relatos de menor cuantía como éste de Blumfeld, un solterón ya algo viejo.

En un rato, estaremos viajando con Paloma y ella me pedirá: Contame un cuento. Y quién sabe qué resabio gris de Kafka, qué sedimento vago se colará en los cuentos que le cuento a Paloma cuando vamos, alzando la cabeza cada tanto para mirar el cielo sobre el campo, las vaquitas paciendo en la verdura, rumbo al mundo quimérico de Zárate, adonde andan las Hadas sobre el río y se gesta la sal de la leyenda.

viernes, abril 04, 2008

Bah!

Una vez vi, en un documental,
cómo unas hienas hambrientas se comían a pedazos a un buey vivo.
Yo tenía cinco años, me parece, o algo así.
Después, durante mucho tiempo (esto quiere decir durante años, en la noche, mientas estaba estudiando en el colegio, mientras me masturbaba, siempre)
sentía, inexplicablemente sentía
que ese buey masacrado
era yo.

Y ése, supongo, fue el extraño principio del infierno.

Algo que entrara en mí como una cuña,
me quebrara de golpe, sí, una idea
lapidaria, infernal, inconcebible.

Quisiera poder decir: amor, quisiera
poder decir: amor,
decir: amor,
quisiera.